Corcho y Biquera
En el año 2013 la empresa que gestionaba había llegado al límite de una mala situación que venía atravesando con motivo de la crisis del 2008. Así pues, tuve que diseñar un plan de viabilidad que implicaba amortizar mi propio puesto de trabajo.
Tenía que buscar otro trabajo. Ya yo trabajaba desde casa desde el año 2010, porque paralelamente cuidaba a mi madre que padecía un severo deterioro cognitivo y problemas de movilidad.
Así que el trabajo debía permitirme continuar cuidándola, y a la vez yo prefería que fuera algo al aire libre y cerca de casa, para no estar siempre encerrada. Vivía en Valsequillo.
Me acordé de una visita al norte de Italia en 2005, donde fuimos para conocer el lugar donde había nacido mi abuelo, y en el que aún teníamos aún familiares, y durante la cual supe que una prima tenía un colmenar y su propia marca de miel.
Es un lugar tan hermoso y apropiado para la apicultura como el nuestro, en medio de un valle alpino.
Aquello se me quedó en algún rincón de la memoria, como esas cosas que algún día quieres hacer… Y me pregunté ¿por qué no??
No tenía ni idea de apicultura, de las abejas lo único que sabía era que producían miel y que picaban, y esto último siempre me había dado miedo, pero lo cierto es que entre marzo y septiembre de 2014, leí mucho, hablé con uno o dos apicultores, capitalicé la prestación por desempleo y me lancé a crear marca y empresa.
No tenía terreno ni conocía a nadie que me dejara poner colmenas en el suyo, ya que mis contactos en el mundo rural eran 0, así que arrendé primero un pequeño espacio en una finca en Las Vegas, y luego compré un terrenito en el Lomo Los Quevedo, cera de El Rincón de Tenteniguada.
Por diversas circunstancias, el negocio nunca terminó de arrancar como tal, así que seguí trabajando en temas de gestión y contabilidad como autónoma, pero me quedé con el colmenar y a día de hoy sigo intentando encontrar más tiempo para dedicarle a estos maravillosos bichitos, porque la apicultura, de verdad, engancha!!
Mariana Mattaboni