Entre las especies invasoras que han llegado a Canarias en los últimos años figuran la gran avispa alfarera del norte de África, que debe su nombre a que construye sus nidos con barro, y la avispa lobo de las abejas, muy temida por los apicultores porque «caza» a las obreras mientras recolectan néctar y polen para la colmena.
La conservadora de Entomología del Museo de la Naturaleza y el Hombre, dependiente del Organismo Autónomo de Museos del Cabildo de Tenerife, Gloria Ortega, explica a Efe que en Canarias hay 123 especies y subespecies autóctonas de avispas solitarias, de las que 63 (más del 51 por ciento) son endémicas.
Junto a ellas hay además dos especies autóctonas de avispas sociales, las que conviven en avisperos que, en algunos casos, pueden albergar hasta 5.000 ejemplares, como es el caso de la avispa alemana (Vespula germanica), también conocida como «chaqueta amarilla».
Precisamente el gran avispero de más de siete metros encontrado este año en San Sebastián de La Gomera fue construido por avispas de esta especie.
La conducta social de estas avispas comunes, con presencia de diversas castas de individuos en la colonia, las sitúa entre los insectos más evolucionados en cuanto al comportamiento animal, afirma la entomóloga.
Sin embargo, Canarias, además de tener una biodiversidad muy rica en endemismos, es también un territorio que también padece «el infortunio» de la gran fragilidad ecológica, característica inherente a la insularidad, y no tolera la intromisión de especies foráneas en ninguno de sus ecosistemas, porque puede ocasionar un desequilibrio y alcanzar el cariz de plaga.
Aunque en algunos casos la introducción de especies es propiciada voluntaria o involuntariamente por el hombre, también ocurre por vía natural, como la llegada procedente del norte de África de la gran avispa alfarera (Delta dimidiatipenne), descubierta en Fuerteventura a principios de los años 90.
Esta avispa ha avanzado progresivamente hacia las restantes islas, de forma que «hoy ha colonizado con éxito el bloque centro-oriental del archipiélago, construyendo su nidos con barro incluso en edificaciones de núcleos urbanos», precisa la investigadora.
Del mismo modo en los últimos años ha sido notoria la introducción, al parecer espontánea, de una especie muy temida por los apicultores: la avispa lobo de las abejas (Philanthus triangulum ssp. abdelcader).
El nombre común de la especie habla por sí mismo de su biología, pues el lobo de las abejas se dedica a cazar a las obreras mientras están colectando néctar y polen para abastecer la colmena, detalla Gloria Ortega.
Esta avispa emprende una lucha encarnizada y debido probablemente a su menor tamaño corporal frente a la talla de la abeja melífera, logra aguijonearla en una zona membranosa, por lo general entre los segmentos del abdomen, dejándola paralizada al instante y trasladándola en pleno vuelo al nido, que construye en terrenos arenosos.
Una vez realizado este proceso con tres o cuatro abejas, la avispa lobo deposita un huevo, del cual eclosionará una larva que las devorará por completo.
Dado que la apicultura está muy extendida en el archipiélago esta avispa, sin enemigos naturales declarados, se ha expandido rápidamente por Tenerife y La Palma y, en la actualidad, supone el mayor peligro que amenaza a la apicultura, con los subsiguientes daños que podría acarrear a la economía vinculada a ella.
Para mayor gravedad, prosigue la investigadora, en la península ibérica también se ha constatado cómo la avispa lobo ha depredado sobre diversas especies de abejas solitarias, con lo cual tampoco está libre de peligro esta fauna autóctona canaria, que en Tenerife asciende a 60 especies y subespecies, con un porcentaje de endemismo que supera el 68 por ciento.
Pero la posible introducción de especies foráneas en los ecosistemas insulares no acaba aquí, añade Gloria Ortega, que alude al caso de la avispa asiática Vespa velutina, que en 2004 se introdujo en Francia al parecer en una carga procedente de China.
Posteriormente, en 2010, se detectó esta especie oriunda del sureste asiático en Guipúzcoa, desde donde invadió Navarra, Castilla y León, Galicia y Cataluña, y también se ha constatado su presencia en la actualidad en algunas localidades portuguesas.