Ambrosio nació en una familia cristiana romana alrededor de 340 y se crio en Galia Bélgica, cuya capital era Augusta Treverorum.3 Su padre a veces se identifica con Aurelio Ambrosio, un prefecto pretoriano de la Galia.
Ejerció de joven como abogado, destacando en dicha rama. A fines del siglo IV hubo un profundo conflicto en la diócesis de Milán entre la Iglesia de Nicea y los arrianos. En 374, el obispo de Milán, Auxencio, un arriano, murió, y los arrianos reclamaron el derecho a elegir a su sucesor, Ambrosio fue a la iglesia donde se realizarían las elecciones, para evitar un alboroto, lo cual era probable en esta crisis. Su discurso fue interrumpido por un clamor popular: «¡Ambrosio, obispo!», el cual fue retomado por toda la asamblea.
Su mayor aportación a la teología occidental consistió en su notable capacidad para formular de manera clara los problemas, y para elegir, asimilándolos de otros autores y haciéndolos propios, las soluciones más exactas.
Es una de las razones por las que fue nombrado uno de los 4 doctores de la Iglesia Occidental, junto con san Jerónimo, san Agustín de Hipona y san Gregorio Magno.
Mantuvo una relación «peculiar» con el emperador Teodosio y fue contemporáneo de San Agustín.
Las leyendas afirman que un enjambre de abejas salía por su boca cuando hablaba, expresando metafóricamente que daba gusto oírle hablar. Otras fuentes citan, que de pequeño un enjambre se le aproximó posándose sobre sus labios, entrando y saliendo de su boca como si quisieran hacer miel allí.
Una talla de san Ambrosio se encuentra en Los Llanos de Aridane, y José Guillermo Rodríguez Escudero realizaba un artículo en 2011 al que puedes acceder en la web de La Hornacina.