Historia de los incendios de Tamadaba

En  1836, prácticamete no quedaban pinos en Tamadaba, así se deduce de la visita que una comisión del ayuntamiento de Las Palmas realiza en abril de dicho año. Visitaron todos los montes, informaron circunstanciadamente el escandaloso corte que se había hecho y estaba haciendo de pinos para maderajes, leña y carbón, el abusivo y punible trafico de estos artículos, el criminal desorden que dominaba y el triste resultado de haber quedado yermos los pinares de Tamadaba, La Aldea, Ojeda, y otros varios, que habían sustentado frondosos árboles, y en los que ya no se veía sino triste aridez y escuálidas montañas con troncos mutilados de pinos seculares.
Es a partir de esa fecha cuando se legisla y se publica el 28 de mayo d 1837, la ordenanza de montes, que vino a poner algo de orden en el descontrol forestal. Dicha medida y los duros castigos previstos a los infractores hizo que el pinar se fuera recuperando poco a poco.
Y con el rebrote de los pinos llegaron los incendios, el primero que tenemos conocimientos debió suceder con anterioridad a 1860, ya que con fecha  de octubre de ese mismo año, el Boletín Oficial de la provincia de Canarias, publica un modelo de informe sobre estado de los montes en el que entre otras cosas dice; El renombrado de Tamadaba lo redujo al estado en que se encuentra un incendio acaecido en el año…… pero la especies se reproducen bien, y podrá llegar a su antiguo estado de lozanía.
 
El 27 de julio de 1861, se tiene conocimiento del primer gran incendio del que tenemos amplia información en la prensa de la época, aunque parce que cuando el pueblo de Agaete se enteró ya llevaba varios días de inicio.
El incendio llegó a calcinar una superficie de tres leguas de largo por una de ancha (12×4 kilómetros cuadrados), prácticamente todo el monte de Tamadaba desde Artenara.
La noticia se recibió en el pueblo por la tripulación y pasajeros de la goleta Tinerfe, que vieron las llamaradas desde alta mar, cuando de dirigían al Puerto de Las Nieves.
El día 27 por la noche, las campanas de la iglesia tocaron fuego a arrebato y se tocaron caracolas, según era costumbres para anunciar los incendios.
Se colocaron bandos municipales llamado a la movilización de todos los hombres en condiciones de cooperar en la extinción del fuego, se gratificaba con dos reales de vellón a quien llevara instrumento válido para sofocar las llamas. Se movilizaron unos 250 hombres y junto con el alcalde, el carismático D. Antonio de Armas y Jiménez, sin más armas que sachos, palas y rastrillos, marcharon camino de Tamadaba. Durante tres días pelearon sin descanso contra el fuego, hasta que quedo extinguido.
El día 29 el fuerte viento reanimó el flaco de la hoya del Palmar, sobre el Risco, aislando a cuarenta hombres que se vieron cercados por las llamas. Decidieron subirse a un peñasco donde creían que estarían a salvo del fuego que los rodeó. Sintieron el sofoco del calor y del humo, algunos sufrieron incluso quemaduras en las ropas, como así le ocurrió al propio alcalde, D. Antonio de Armas, al que se le incendio el chaleco, del que tuvo que desprenderse para no salir mal parado. Al final, saltando entre las brasas, pudieron salir para contarlo.
No se supo nunca las causas del incendio con exactitud, pero se le echó la culpa a las numerosas hoyas para hacer carbón de forma furtivas que habían por todo el pinar. El incendio tuvo consecuencias para los guardas forestales encargado del cuidado y vigilancia del monte por no avisar a tiempo.
 
El pinar tardó unos cuantos años en recuperarse, al final una vez recuperado, volvieron los incendios.
El 20 de agosto de 1918, se vuelve a quemar, en esta ocasión diez hectáreas mayoritariamente de monte bajo. Echándole de nuevo  la culpa a los numerosos carboneros furtivos.
La década de los años veinte del pasado siglo, década de hambre y miseria,  Tamadaba fue el sustento de muchas familias que de forma furtiva se hacían con un puñado de leña, carbón o pinocha, para vender en Agaete o los pueblos limítrofes.
A más transito de gente más incendios y así ocurrió en 1919, 1924, 1926, 1933, 1936, y otros, algunos de gran extensión que calcinaban el pinar al completo, pero él renacía una y otra vez, mostrando su fortaleza.
En el de 1933, se le echa la culpa a los pastores, principales beneficiados, pues parece que las cenizas facilitan el crecimiento más vigorosos de las hierbas en invierno.
En todos los incendios eran los pueblos de Agaete y Artenara, con sus gente los encargados de sofocarlo.
 
El incendio del 13 de Agosto de 1936, en pleno comienzo de la guerra civil es muy virulento y el segundo del año, alcanzando el frente dos kilómetros.
El martes 28 de julio de 1959, en el lugar conocido como la «diferencia» del pinar, perteneciente a la finca de Sansó y parte del monte del estado, se produce un nuevo incendio. Se movilizó a los muchachos que se encontraba haciendo turno de campamento del frente de juventudes instalado en el propio pinar, que junto con sus mandos y el cura, fueron los primeros en atacar el fuego, hasta la llegada de refuerzos del pueblo de Agaete y Artenara.
 
El siguiente de importancia ocurre el domingo 7 de agosto de 1988, en el que participé en la extinción junto a medio millar de personas, entre voluntarios, miembros de Protección Civil, Fuerzas de Seguridad del Estado y un grupo de zapadores del Ejército. El fuego se había iniciado en el cruce donde la carretera se convierte en sentido único y subió hacia el pico de la bandera, aguardamos a que las llamas bajaran y alcanzaran nuevamente la carretera y allí, a base de cortafuegos y cuatro cubas, conseguimos controlarlo, salvando el grueso del pinar.
Hubo que evacuar a 200 niños que se encontraban acampados en el Campamento del cabildo.
El fuego, alcanzó un frente de 4 kilómetros y se quemaron 200 hectáreas de pinar.
No hubo más incendio en estos últimos treinta años, hasta el fatídico sábado día  17 de agosto  pasado, de incalculables consecuencias de momento.
La naturaleza volcánica de la isla, las continuas erupciones en el pasado y los fuegos que estas producían,  han hecho que nuestro pino canario, única especie de pino nativa de Canarias, esté adaptada a los incendios forestales, siendo la única europea que puede rebrotar tras un incendio.
Los incendios disminuyen la riqueza, abundancia y composición de nuestros pinares, sin embargo y, gracias a que el ecosistema en general está adaptado a este tipo de perturbaciones, estos efectos se verán mitigados en menos de 10 años. Esperemos que los inviernos sean generosos y volvamos a ver verde nuestro pinar.
 
 
 

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