Carlos Ávila Cabrera se convierte en el pionero de la apicultura en Fuerteventura con la primera sala de extracción autorizada y su registro sanitario. La sequía marca la producción de sus 60 colmenas y le obliga a la trashumancia.
Carlos Ávila Cabrera (Tiscamanita, 1970) recibe con un bote de miel cruda Flor del Desierto, que es ambarina, de color no uniforme y huele… «¿a qué huele?, a repostería, a cosas buenas, a campo majorero». El es pionero en Fuerteventura en todo lo relacionado con la apicultura: posee la primera sala de extracción, el primer registro sanitario, la primera miel cruda majorera, que culminan 19 años de cursos, trashumancia de colmenas, búsqueda de las escasas floraciones de zona árida y horas de desasosiego ante la certeza de la sequía.
La primera abeja que Carlos Ávila Cabrera vio revoleteando a su alrededor le llegó a su finca de Tiscamanita procedente de las colmenas que, por el año 2000, Juan Rodríguez instaló en medio de las plantaciones de alóe vera. Este emprendedor gusta de decir que «las abejas me eligieron a mí». Sea como fuera, hoy tiene la primera sala de extracción de miel cruda en su casa de Guisguey, en el municipio de Puerto del Rosario, y unas 60 colmenas de abejas negras canarias repartidas por todos los municipios, excepto en La Oliva, y que va cambiando según las lluvias y las flores que, en Fuerteventura, ambas se hacen de rogar.
Ahora conoce de abejas y de miel, pero también de sequías: «hubo tres años seguidos especialmente malos, sin caer ni una gota, que me obligó a meter las colmenas en el barco y trasladarlas a Valsequillo (Gran Canaria) para que las abejas no se murieran». Otros inviernos menos secos en la Maxorata, la trashumancia se restringe a dentro de la isla: si llueve en Betancuria, lleva a las abejas liben en corazoncillos, romero marino y otras plantas silvestres; si cae agua por Jandía, para allá va Carlos colmenas en ristre en busca de flores.
La apicultura en Fuerteventura «es un sacrificio. O te gusta, o nada. Por negocio no estoy aquí», corrobora Ávila Cabrera mientras castra -esto es, raspa- seis cuadros de colmenas y va explicando los pasos de la recolección meliflua. Con una especie de espátula en la mano enguantada, desopercula las celdillas y empieza a chorrear la miel.
De allí, pasa la miel a la centrifugadora manual y finalmente a las cubas filtradoras. «Es miel cruda, es decir no la someto a ningún procedimiento de calentamiento que sí ocurre con las mieles industriales. La mía es cada año distinta y especial porque nunca hay dos años iguales en lluvias y floración».
A lo que se añade que, en Fuerteventura, no se puede sacar miel todos los años. «Hay inviernos tan secos, que no les saco la miel sino que se las dejo para que se alimenten y sobrevivan». Por lo mismo, por el agua que no cae del cielo ni a tiros, no puede tener muchas colmenas juntas sino compartirlas
En años buenos, es decir de agua de lluvia y de flores, llega a recolectar hasta 300 kilos de miel cruda que repartía entre la familia y los amigos. Otros inviernos, nada. Este año, que se ha atrasado la cosecha melífera por problemas de salud, lo hace a lo grande con la primera sala de extracción, el primer registro sanitario de Fuerteventura y marca propia: Miel, Flor del Desierto.
De las flores del campo majorero, no todas son melíferas, avisa el apicultor pionero. Las abejas van al corazoncillo, la barrilla, la tabaiba dulce, las leguminosas como el chícharo, las tuneras, la pitera y por supuesto el alóe vera, «aunque esta última planta no tiene alto potencial melífero, por lo que se necesita muchos alóe».
Fuente: Canarias7 03.11.2019
Ver el artículo: De la apicultura y aparte de la miel, para Fuerteventura es importante la polinización.